Aoristos

Los momentos no se suceden. Hoy no es mañana ni es ayer. Pero estando se está, y no hay forma de que se sea. O al menos eso es lo que pienso. Porque en el fondo nada de lo que hago tiene relación entre sí. Cada acto, cada pensamiento, es único, es individual y solitario.

Hace mucho tiempo que pienso si existe algo que pueda ser eterno: porque incluso el Absoluto es un instante. Un instante que puede parecer más largo que mis instantes, pero un instante a fin de cuentas. Todo es un eterno presente.

Por mí no hay problemas, pero cuando trato de comunicarme entonces me doy cuenta de que estoy solo. Muy solo. Todos quieren unir líneas de puntos y crear una larga historia. Una historia que en verdad no me interesa.

No veo qué tenga de malo ser un punto, un instante, un momento. El Universo surgió en un instante, y en un instante se detendrá. ¿Por qué crear una larga línea de egoísmos compartidos? No sé por qué todos quieren ser un continuo, no sé por qué todos quieren ser eternos. Yo sólo quiero conjugarme en aoristo.

Resistiéndose a escribir

Antes, cuando todavía tenía algún sentido, escribía a diario. Al despertar, al acostarme, al comer y al caminar. A toda hora encontraba algo por lo cual y en dónde escribir. Página tras página, palabra tras palabra, acumulaba letras y sentidos hasta que, llegado el momento, las perdía y publicaba.
Pero hoy, y tal vez ayer y tal vez todos los ayeres desde hace un par de años, me rehúso, me niego. Ante la perspectiva de sentarme y escribir, mi cuerpo se evade y termina en otro sitio. Ya no hay espacio para las letras dentro de mí. Aunque… aunque de mis manos y mis ojos siguen queriendo escapar las palabras.

Tiempo

Vivo en una ciudad donde nunca hay tiempo para nada y mucho – nada que hacer.
Todos corremos pero sin ningún lugar a donde llegar. Y yo corro más que nadie.
Corro. Me apresuro.  Subo y bajo de autos, taxis, autobuses y toda clase de transporte. Pero no tengo a donde llegar. Sólo me muevo.

Sábados

Sábado siete de la mañana. He despertado sin despertar. Lleno de pensamientos, de asociaciones, de temores. A veces, cuando esto sucede, volteo la mirada y vuelvo a dormir. Rechazo la vida, rechazo mi vida y rechazo a la vida: ¿quién puede culparme de eso? Al dormir no hay dolor y no hay recuerdos, no hay palabras. Pero en otras ocasiones, como hoy, sólo abro los ojos y me quedo aquí, sin moverme, sin sentir otra cosa que el vacío que se extiende a ambos lados de la cama. Escucho mi propia respiración y me olvidó de mi propio cuerpo. Pero no me olvido de ti.

Compartir

Puedes compartir tu cama con alguien. 

O algo.

Puedes dormir al lado de quien amas, o de quien odias, o de quien te obliga.

Puedes dormir con tu perro, tu gato, tus peluches o tu laptop.

Puedes abrazar tu almohada, o tu amante, o dormir de la mano de tu teléfono.

Puedes compartir tu cama.

Pero… con los ojos abiertos, mirando el techo o las paredes,

Pero… con los ojos abiertos, insomne, solo…

Pero… sin poder dormir o dejar de pensar…

Ahí, ahí aparece la duda de por qué no puedes dormir solo. 

¿Por qué bajas la escalera y te sientas en la sala?

¿Por qué las goteras se vuelven entusiastas?

¿Por qué nada de lo que digas tiene sentido, excepto, los sinsentidos?

Puedo compartir mi cama, dormir entre la lap y el teléfono.

Dormir con los peluches y con el perro.

Pero mis ojos se encuentran tan solos.

 

 

Soy

La razón por la cual nos aferramos tanto al juego es que a veces ganas, después de que pierdes la mayoría de las veces.

Una victoria pírrica, sin sentido, absurda.

Porque saber no es conocer, y a veces quisiera regresar al punto en el cual, la ignorancia placentera mantenía mi vida tranquila.

 

Puedes iniciar muchas veces, pero sólo se comienza una vez.

Son casi las doce de la noche.

Estoy sentado como hacía mucho tiempo no, escuchando y percibiendo el sonido de mis respiraciones: centrado en la nulidad de mis pensamientos, llego a las conclusiones. ¿Qué conclusiones? Las que sean, porque de a poco uno dice sin decir, y no dice nada. Se cantinflea y se cantinea un poco, porque siempre es divertido dejar que los dedos escurran palabras, así sean galimatías. Así, galimatías. Y quizá se juegue un poco al shitori, encadenando las palabras como si fuesen el alfa y el omega.

Y todo porque he decido regresar. Reescribir mi propia vida, mis propias palabras. ¿Quién puede negarme el derecho a inventar nuevos usos y nuevas voces, de cronicar mi propia existencia. Quizá así, y sólo así, logre encontrar las comas que den sentido a la vida.

El fin del mundo

El fin del mundo llega sin palabras.  El fin del mundo es una imagen puesta a la vista de los ojos, en un escritorio que ni siquiera existe. Pero está ahí, recordándome una y otra vez la materialidad del alma.  La materialidad de tus ojos, tus ojos que sólo pueden ser vistos desde la orilla opuesta, inalcanzables, impronunciables.

El fin del mundo. El final del mundo .

A la orilla del mundo

Supongo que tarde o temprano nacería de nuevo, en mí, la necesidad de plasmar con letras las palabras. Es decir, las cosas que de una u otra manera se quedarían guardadas en el fondo de mi cabeza, de repente se encuentran arrojadas a una hoja, un teclado, algo. Porque una y otra vez me voy volviendo más loco y solo, más monje y más idólatra, más y menos humano…

Porque la maldita esperanza del estar a la orilla del mundo, en el fin del mundo y los confines de la tierra… me lleva a concentrarme en los espejos de la casa de la risa.

No hay más tonto que el que no se sabe, no hay más loco que el que está cuerdo