Antes, cuando todavía tenía algún sentido, escribía a diario. Al despertar, al acostarme, al comer y al caminar. A toda hora encontraba algo por lo cual y en dónde escribir. Página tras página, palabra tras palabra, acumulaba letras y sentidos hasta que, llegado el momento, las perdía y publicaba.
Pero hoy, y tal vez ayer y tal vez todos los ayeres desde hace un par de años, me rehúso, me niego. Ante la perspectiva de sentarme y escribir, mi cuerpo se evade y termina en otro sitio. Ya no hay espacio para las letras dentro de mí. Aunque… aunque de mis manos y mis ojos siguen queriendo escapar las palabras.